miércoles, 14 de mayo de 2014

Mi encuentro con el Islam

Si hay algo que he apreciado mucho de mi experiencia en Senegal, es el hecho de  vivir en un país de mayoría musulmana. Hacia tiempo que quería acercarme a esta religión después de haber trabajado los últimos seis años con musulmanes en diferentes paises, de haber vivido en un otro muy católico como es Perú, y después de haber pasado muchas horas meditando con monjes budistas y escuchando sus enseñanzas.

Para contextualizar diré que en Senegal se estima que hay alrededor de un 95% de musulmanes, siendo el resto católicos y una minoria animistas. Todas las releigiones son respetadas por unos y por otros,  y el país no ha conocido guerras ni disturbios en toda su historia de democracia provocados por estas diferencias. En una familia senegalesa puede haber fácilmente una mezcla de católicos y musulmanes, e incluso conozco a personas que profesan esta religión desde pequeños pero estudiaron en colegios católicos. También he conocido a matrimonios mixtos que me han asegurado que se respetan y que nunca han tenido problemas a causa de sus creencias.

A pesar de esto, como podéis imaginar, vistos los porcentajes,  la religión que se siente y se vive con más fervor es el Islam. He conocido a personas que han vivido en otros paises musulmanes que me han asegurado que Senegal puede considerarse un país bastante abierto y particular en la práctica del Islam, en comparación con otros mucho más ortodoxos. No me voy a extender mucho en este punto, pero aquí existen las cofradías, cada una de las cuales está representada por un líder religioso al que se le rinde pleitesía. La más numerosa es la Muride, de cuyo fundador Ahmadou Bamba puedes ver imágenes por doquier en cualquier ciudad de Senegal.


No será Senegal un país ortodoxo, pero como ya me ocurriera en Perú durante los primeros cinco meses de mi estancia aquí, sentí que la presencia de la religión, me ahogaba. Ha sido algo nuevo para mí escuchar cada día los cantos de la mezquita, esperar en las tiendas a que el tendero acabe de rezar para poder hacer mi compra. Sortear las hordas humanas de hombres  dirigiéndose con su alfombra a rezar a la una de la tarde, y el colapso de tráfico que esto provoca, los dos meses en los que en las calles hay más corderos que personas, justo antes de celebrar la Tabaski, escuchar si “Dios quiere” incesamente como respuesta a  cualquier  problema. He tenido que aprender a no tocar El Corán sin haberme lavado las manos y a reconocer  las fotos y dibujos de Bamba en cualquier lugar. Aprender a ser mucho más respetuosa si cabe con las creencias de los demás y a elegir las palabras adecuadas para no ofender, aun no entendiendo muchas cosas con las que, debido a mi educación y la cultura de la que provengo, me es imposible aceptar. Darme cuenta de que en  Europa no sabemos nada de esta religión  y que todo lo que nos llega de ella es su versión más radical.

Vine con una maleta indeseada de prejuicios, algunos se han caído por el camino, otros, lo siento, se me presentan ahora más reales que nunca. Si Senegal es un pais poco ortodoxo me pregunto cómo será el devenir de la gente en los más fundamentalistas: Nigeria, Sudán, Irán, Arabia Saudí o Afganistán. Se me pone un nudo en la garganta sólo de imaginarlo.
El mismo nudo que la manera de vivir religión católica me ponía en Perú pero en el corazón.  Y esto tiene una explicación.

Al poco tiempo de llegar a Perú me di cuenta de que realmente para muchas personas era completamente necesario creer en algo más grande que el ser humano para poder soportar sus condiciones de vida. Cuando el estado se ha olvidado de tus necesidades, cuando la sociedad te hace invisible, y cuando tus posibilidades de pasar a otro estado de vida mejor son inexistentes, es necesario creer en algo superior, algo fijo e inmutable que te proteja y consuele independientemente de quien eres y de tu clase social. En un mundo donde los seres humanos no nos abandonáramos los unos a los otros, no haría falta ningún Dios.

 Y entonces aparece la Fe. Porque la religión católica es básicamente una cuestión de Fe. En Perú la religión se vivía, al igual que la Semana Santa en España, de una manera muy emocional, emociones apoyadas y alimentadas por la iconografía y la música. No había semana en la ciudad de Lima dónde no te encontraras en las calles una procesión acompañada por una algarabía de gente, con  músicos y a veces bailes incluidos. Directo al corazón, el punto desde el que se desarrolla (o no) la empatía. Y es que para ser un buen “católico” no hay mucho más que hacer que creer y sentir. Conozco a gente extremadamente creyente y nada practicantes de esta religión, y he conocido a personas de dudosa moralidad que rezaban cada día. La religión católica no rige la conducta de las personas que lan practicaban a pesar de que por supuesto hay todo un sistema de ideas que la definen.

En el Islam  las escrituras son dogma y la práctica diaria no es una cuestión de fe sino una obligación. Los musulmanes no creen que Dios existe, los musulmanes saben que Alá existe. Aquí he aprendido como esta religión rige la conducta y el comportamiento de quien la práctica, aunque en diferentes grados y  matices, pues no todas las mujeres se ponen velo (en Senegal cada vez más), ni cubren sus brazos y piernas. No todos los musulmanes se abstienen de beber, aunque yo después de 10 meses aquí, no he conocido todavía a ninguno que lo haga. Mientras que en Perú ¡qué normal era pasar la noche bebiendo y despertarse el domingo a las nueve de la mañana para ir a la iglesia! El Islam supone para “un buen musulmán” una manera reglada de vivir y de pensar y un sistema de ideas incuestionable. La críticas a esta religión no suelen ser bien recibidas por muy respetuosas que sean, y hieren susceptibilidades de una manera muchos más rotunda que aquellas que se hacen de otras religiones. Así que la incomprensión te cierra la garganta, el punto desde el que materializamos nuestros deseos y opiniones.

Hace poco hablando con mis alumnos más mayores, les preguntaba qué pensaban de las amenazas de musulmanes fundamentalistas a esas provocaciones absurdas que a veces nos hemos permitido en Europa haciendo caricaturas sobre Alá. Me contestaron que era normal matar a alguien que se atrevía a hacer eso, que esa persona merecía morir por haber llevado a cabo una ofensa tan grave. Les pregunté si creían que las ofensas deben pagarse con sangre, pues de ser así, no quedaría nadie vivo en este mundo y entonces me contestaron, que había diferentes tipos de ofensa y que dibujar o blasfemar contra Alá, era la más grande  e incomparable a todas las demás. Creo que ese fue el momento en el que más me acerqué a entender lo que Islam significa para un musulmán. Porque simplemente me puse a pensar en qué ofensa me podrían hacer a mí tan grande como para desear la muerte de la persona que me ofendió y no pude encontrar ninguna.

También podría hablar de las cosas en común entre la gente que practica las dos religiones  católica y musulmana, como sus ganas e insistencia en “convertirte” y la incomprensión hacía la creencia de muchas personas de que “Dios no existe”, simplemente es algo que su cabeza no puede concebir, de la misma manera que yo no puedo concebir asesinar a alguien que me ha ofendido. Contradicciones parecidas como que la caridad, la compasión y el amor a los demás son lo más importante y la base fundamental de nuestra existencia, pero al mismo tiempo están permitido los castigo físico y el terror sicológico con ideas como el infierno o la crucifixión para los infieles y aquellos que no llevan a cabo lo que dicen las escrituras.

Esto son sólo algunas apreciaciones de mi experiencia, que por supuesto no pueden recoger toda la realidad que las religiones de las que hablo representan, pues hay cientos de miles de millones de personas practicándolas en el mundo, cada una a su manera.

También podría decir más, mucho más de lo que aquí cuento. O no, no podría, simplemente no podría.


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